miércoles, 11 de mayo de 2016

Una imagen y mil palabras


Figura 1. Integrantes de una colla castellera haciendo piña. Calsapeu-Layret, Joan. Año y título desconocidos. Recuperada de http://usr.uvic.cat/per1307/2013/05/05/resultats-castellers-del-cap-de-setmana-del-4-i-5-maig/

1.      Mi visión de la enseñanza-aprendizaje de una LE o L2 a través de una imagen.

He elegido una imagen muy catalana para ilustrar mi visión personal de la enseñanza de lenguas extranjeras. Se trata de un grupo de castellers que hacen pinya.  Según el Diccionario de Uso del Español, la palabra “piña” tiene, entre otras acepciones, la de "apiñamiento, aglomeración de cosas ; particularmente conjunto de personas unidas íntimamente para una empresa común o para defenderse o protegerse”[1]. Y en efecto, el puñado de individuos  que hace posible estas torres humanas no puede quedar reducido a la mera categoría de montón.  Aquí hay algo más: son personas conscientes de su propia fuerza y de la de los que tienen al lado; saben cuál es su objetivo y entienden que todas sus energías confluyen en el castell del centro, la construcción del cual hacen posible, y, sobre todo, son personas emocionadas, en tensión, sí, pero confiadas al éxito común de un proceso ilusionante y alegre del que podrán sentirse orgullosos cuando lo culminen.            

Al igual que en la construcción de un castell, entiendo que el aprendizaje de una lengua extranjera debe ser un proceso colectivo en el que todos los integrantes del grupo aportan sus conocimientos, experiencia, vivencias y expectativas respecto a la lengua meta.  Esta contribución no solo tiene que ser de tipo cooperativo, es decir, como un trabajo individual que se añade al conjunto, sino colaborativo mediante la participación de todos los miembros del grupo en cada una de las partes del proceso.  Es el grupo en su interacción el que decide cuáles han de ser los objetivos, los contenidos y los procedimientos para alcanzar una meta.  Y es en esta interacción donde se produce el aprendizaje.

El cap de colla de los castells es la figura que organiza los ensayos y determina la posición que cada persona ocupa según sus habilidades,  pero no deja de ser uno más. Pasa lo mismo con el profesor en una clase de lengua extranjera.  Tal vez un miembro un poco más destacado porque, como el cap de colla, se sale un poco del proceso para verlo desde fuera.  Así, facilita el input , anima y conoce a cada estudiante y proporciona herramientas de trabajo.  Quizás suscita debates y plantea preguntas que podrían dar pistas sobre la necesidad de ciertas tareas y su ejecución. O bien puede que invite a la evaluación, tanto del proceso como del resultado,  y ayude a la reparación de los errores.  Sin embargo el profesor no debe ser una figura autoritaria ni todopoderosa, por encima de todos, que imparte sus conocimientos y los evalúa: sin la colaboración y la autonomía del grupo no hay objetivo posible

Sin duda, del mismo modo que en los castells se trata de erigir una construcción humana,  un objeto material al fin y al cabo, el aprendizaje de una lengua extranjera ha de estar orientado a la realización de un trabajo, de una tarea.  La clase, pues, se ha de organizar en torno al uso real de la lengua y no a unidades lingüísticas y funcionales.  La gramática, el vocabulario, la pronunciación, las nociones y las funciones son las herramientas pero no el objetivo. Usamos la lengua para hacer cosas y al mismo tiempo la aprendemos al hacerlas: decidir dónde vamos de vacaciones, preparar una cena especial para unos amigos, diseñar una campaña publicitaria, seleccionar a un candidato para un puesto de trabajo, organizar una fiesta de bienvenida... siempre una tarea concreta y real, como el castell.

Finalmente, pero no por ello menos importante,  y como en los castells, está la emoción.  Aprender una lengua extranjera debe ser ilusionante, nos debe provocar placer, intriga, ganas de superarnos... Es esencial que a través de la inclusión de música, arte, juegos, humor, etc. en la clase nos sintamos a gusto en un ambiente cordial y relajado. El estrés, la frustración y el miedo afectan el área de comunicación de nuestro cerebro paralizándola y frenando el aprendizaje. Así que ¡a pasarlo bien!  Y cada uno desde su especificidad: del mismo modo que cada integrante de una colla castellera tiene su función, los miembros del grupo deben aportar lo mejor de sí mismos.  Por ello, las actividades de aprendizaje, las tareas que realicemos para aprender la lengua, deben estar equilibradas y adaptadas a los diferentes tipos de inteligencias que poseemos. Unos podrán pintar, otros hacer cuentas, otros contactar con la naturaleza...


En definitiva, pienso que los castells y el aprendizaje de una LE tienen muchas cosas en común.  En ambos fenómenos una colectividad realiza un trabajo hermoso, emocionante y gratificante; en cada fenómeno el individuo aporta lo mejor de sí y contribuye al resultado final.

2. Comentarios de los compañeros.

En general, parece que los comentarios de los demás participantes coinciden con mi visión. Las palabras colaboración, unidad, objetivo, emoción se repiten en las diversas aportaciones, por lo que se podría deducir que la imagen ha cumplido la misión que pretendía.


Quizás aspectos que no han aparecido en mi descripción y sí en los comentarios son los de la disciplina y la constancia.  Entiendo que en el trabajo con adultos no es necesario hablar de esto  ya que, si el aprendizaje es motivador, se presupone que el o la estudiante deseará organizarse el tiempo y dedicar esfuerzos a las tareas necesarias sin necesidad de establecer plazos.  Sin embargo, es útil para la realización de tareas que las actividades tengan un límite de tiempo, que se establezca algún tipo de criterio para la realización de las dinámicas (grupales, individuales, pareja) o que se proporcione material extra para que se trabaje individualmente si se tiene algún tipo de problema específico.   Todo depende de la personalidad del o la estudiante que tengamos enfrente.  Y no siempre se trabaja con adultos.  En definitiva, y aunque no sea muy académico el comentario, me reconozco fruto del Summer of Love (1967) y tiendo a ser algo hippie, por lo que sí, admito que ese aspecto se me había pasado y que a veces en mi práctica de profesor de LE con adultos me veo obligado a improvisar en lo que respecta a estos pormenores, lo cual me lleva a plantearme la necesidad de incluirlos en mis programaciones de ahora en adelante.





[1] María Moliner. (1990). Diccionario de Uso del Español. Madrid: Ed. Gredos (dos volúmenes)







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